ÍO

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Mercurio y Argos - Rubens
Mercurio y Argos - Rubens

Júpiter, dios de los dioses, casado con Juno, se encaprichó de una hermosa ninfa llamada Ío, hija del río Ínaco. Desde su morada, el Empíreo, la deseaba y un día se presentó ante ella y la persiguió. Como la ninfa huía y Júpiter no conseguía hacerse con ella, perdió la paciencia y extendió la oscuridad a su alrededor. Perdida y desorientada, cayó en manos de Júpiter.

Pero a Juno le sorprendió que llegara la noche tan pronto a ese lugar de la tierra y, como ya conocía las andanzas de su esposo, sospechó de él. Bajó a la tierra y Júpiter convirtió a Ío en ternera para que Juno no la descubriera. Era una ternera tan blanca, espléndida y grácil, que a Juno le intrigó y, sospechando de su esposo, le pidió que se la regalara. Al final él tuvo que acceder.

Entonces Juno se la entregó a Argos para que se la custodiara. Argos tenía cien ojos alrededor de la cabeza de modo que, mientras unos descansaban, otros permanecían alerta vigilando constantemente a Ío.

Ío, mientras tanto, sufría mucho e intentaba hablar con su padre el río Ínaco, pero este no le entendía, no oía más que mugidos. Ella escribió en la arena su nombre con una pezuña y entonces el padre la reconoció. Argos temía que Ío se ahogara y la alejó del río.

Júpiter, que amaba mucho a Ío, estaba muy dolido. Entonces llamó a Mercurio, uno de sus hijos, y le ordenó matar a Argos. Mercurio se disfrazó de pastor, construyó una flauta con unas cañas y fue hacia Argos. El guardián lo invitó a sentarse con él creyéndolo un pastor y Mercurio le propuso contarle alguna historia.

Entonces le contó la historia de su flauta: "Siringe era una náyade muy hermosa, y el dios Pan se enamoró de ella; quiso seducirla pero ella lo rechazó por su aspecto: mitad hombre, mitad macho cabrío (con cuernos y pezuñas en lugar de pies). Siringe, perseguida por Pan, suplicó a los dioses que la salvaran y la transformaron en cañas. Pan suspiró loco de amor y desánimo y su soplo produjo un melodioso sonido al penetrar por las cañas. Entonces se le ocurrió inventar un instrumento de música, una flauta, en recuerdo de su amada".

Al acabar la historia, Mercurio advirtió que todos los ojos de Argos estaban cerrados. Acarició sus párpados para que el sueño fuera más profundo y, al inclinar Argos la cabeza, Mercurio la cortó de un tajo.

Juno, que lo presenció todo desde las nubes, se llenó de ira. Descendió, recogió los cien ojos de Argos y los colocó en las plumas de su ave predilecta, el pavo real. Luego envió un tábano contra Ío y este la picó en un flanco. Ío corrió por el dolor junto a su padre Ínaco y pidió piedad a Júpiter. Júpiter confesó la verdad a Juno y le suplicó que la liberara. La todopoderosa Juno ordenó que Ío recobrara su figura anterior y así fue. Lo que no sabía es que Ío esperaba un hijo de Júpiter, al que puso de nombre Épafo.

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