ECO Y NARCISO

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Eco y Narciso - J. W. Waterhouse
Eco y Narciso - J. W. Waterhouse

Eco era una ninfa muy dicharachera, alegre y habladora, que dominaba el arte de la Oratoria. Júpiter se servía de ella para que distrajera a su mujer Juno, mientras él coqueteaba con las otras ninfas. Pero Juno descubrió el engaño y envió una maldición a Eco: la ninfa no podría hablar hasta que alguien le hablase, y su capacidad se limitaría a reproducir las últimas palabras que el otro dijese.

Vagando por el bosque, Eco vio a un joven muy apuesto y de extraordinaria belleza llamado Narciso. Se volvió loca de amor por él y en un momento dado se arrojó a sus brazos, pero él la rechazó. Entonces Eco, avergonzada y dolida, muy enamorada del indiferente Narciso, dejó de comer y de dormir hasta que se murió y sus huesos se convirtieron en rocas. Pero su voz aún perdura y sigue repitiendo en la montaña los gritos de paseantes y pastores.

Por su parte Narciso continuaba rechazando a todas las jóvenes que lo amaban y que, por su belleza, eran muchas. Su actitud presuntuosa y distante les llevó a muchas a desear que sufriera en sus propias carnes el desprecio que profesaba a los demás.

En una ocasión en que iba a beber en un manantial, Narciso vio su reflejo nítidamente en la quieta agua y sintió una punzada de amor hacia aquel hermoso ser que nunca había visto antes. A sus sonrisas y gestos el otro respondía con reciprocidad y muy pronto Narciso se sintió cómplice de él y locamente enamorado. No dejaba de observarlo día y noche.

Cuando quiso besarlo profundamente y cogerlo en sus brazos, observó que se hundía y que era incapaz de retener a aquel ser. Entonces advirtió que era su propia imagen, su reflejo, y que se había enamorado de sí mismo. Se volvió loco y decidió fundirse para siempre con su reflejo, que era aquel a quien amaba. Se sumergió en el manantial después de lanzar un último adiós a su imagen, adiós que fue respondido prolongadamente por la lejana y lastimera voz de Eco.

Poco después, alrededor del manantial donde se ahogó el joven, brotaron unas flores blancas hasta entonces desconocidas. Esas flores siguen llamándose hoy en día narcisos.

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