Anfitrión

Comedia

Júpiter (que ha adoptado la apariencia de Anfitrión para yacer con su esposa) se despide de Alcmena, que es acusada de deshonestidad por su marido Anfitrión. Mientras este va en busca de un testigo, Júpiter vuelve para aclarar la confusión. Es el momento en que se encuentran los dos Anfitriones, sin que se pueda determinar quién es el verdadero. Alcmena se pone de parto y da a luz gemelos: un niño normal, hijo de Anfitrión, y otro de una fuerza extraordinaria, Hércules, hijo de Júpiter.

En este fragmento se produce la anagnórisis final.

BROMIA: Esto es lo que ha ocurrido hoy a mi ama: a los primeros dolores del parto, invoca a los dioses; ruido, trepidaciones, chillidos, truenos; ¡qué de repente, qué de cerca y cuán fuerte tronó! Por la trepidación cada uno cayó allí donde estaba. Entonces una voz desconocida grita: "Alcmena, aquí llega el auxilio, no temas, un habitante del cielo llega en tu auxilio y de los tuyos; levantaos -dice- vosotros los que caísteis de miedo por el terror que yo os infundía". Como yo había caído, me levantó. Creí que la casa ardía, con tal brillo resplandecía. Entonces Alcmena me llama a gritos; el suceso me llena de terror; pero prevalece el terror a mi dueña. Corro para saber lo que quiere, y veo que ha dado a luz dos gemelos, sin que nadie de nosotros se apercibiese ni pudiera preverlo. (Reparando en ANFITRIÓN.) Mas, ¿qué es esto? ¿Quién es este anciano que está echado en tierra delante de la casa? ¿Lo habrá fulminado Júpiter? Esto es lo que creo, ¡pardiez! Mas, ¡por Júpiter!, está sepultado como si estuviera muerto. Voy a ver quién es. ¡Si es mi dueño! (Moviéndose.) ¡Anfitrión!

ANFITRIÓN: (Levantándose.) Estoy perdido.

BROMIA: Levántate.

ANFITRIÓN: Estoy muerto.

BROMIA: Dame la mano.

ANFITRIÓN: ¿Quién me coge?

BROMIA: Bromia, tu criada.

ANFITRIÓN: Estoy todo temblando. De tal manera me ha fulminado Júpiter. Como si volviese del Aqueronte. Pero, ¿por qué has salido de casa?

BROMIA: El mismo miedo que a ti nos ha impelido a las temerosas mujeres. En la casa en la que vives he visto demasiados prodigios. ¡Pobre de mí, Anfitrión! Tanto me falla el corazón.

ANFITRIÓN: ¡Vamos, explícate! ¿Sabes que yo soy tu dueño, Anfitrión?

BROMIA: Sí.

ANFITRIÓN: Mírame otra vez.

BROMIA: Sí, lo sé.

ANFITRIÓN: De toda la casa es la única que ha conservado sano el juicio.

BROMIA: En realidad todos están en su sano juicio.

ANFITRIÓN: Pero mi mujer me lo hará perder con su infame conducta.

BROMIA: Pero yo haré que tú hables de otra manera, Anfitrión. Para que sepas que tu mujer te es fiel y virtuosa te daré pruebas y señales. En pocas palabras: ante todo, te daré pruebas de que Alcmena ha dado a luz a dos hijos mellizos.

ANFITRIÓN: ¿Has dicho mellizos?

BROMIA: Sí.

ANFITRIÓN: Los dioses me protegen.

BROMIA: Déjame hablar, así verás que todos los dioses os protegen a ti y a tu mujer.

ANFITRIÓN: Habla.

BROMIA: Cuando tu mujer se sintió en trance, al sentir los primeros dolores, como suelen las que están de parto, invocó a los dioses inmortales para que le ayudasen, con las manos purificadas y la cabeza velada. Entonces se oyó un gran trueno. Primero creíamos que la casa se venía abajo. Toda ella brillaba como si fuera de oro.

ANFITRIÓN: Te ruego que termines pronto; cuando ya te hayas burlado bastante. ¿Qué ocurrió después?

BROMIA: Mientras sucedía esto, ninguno de nosotros oyó ninguna queja o llanto; en efecto, había dado a luz sin dolor.

ANFITRIÓN: Esto me alegra, a pesar de lo que me ha hecho.

BROMIA: Déjala y escucha lo que digo. Después que dio a luz nos mandó lavar a los niños. Nos pusimos a hacerlo, mas el niño que lavé yo, ¡qué grande y fuerte es! Nadie ha sido capaz de envolverlo en los pañales.

ANFITRIÓN: Demasiado extraordinario es lo que cuentas. Si todo es verdad, son los dioses quienes han venido a ayudar a mi esposa.

BROMIA: Te voy a dejar más maravillado. Después que el niño fue colocado en su cuna, bajaron volando del techo al patio dos serpientes enormes con cresta; enseguida levantaron las dos la cabeza.

ANFITRIÓN: ¡Pobre de mí!

BROMIA: No temas. Las serpientes nos miraron a todos y, cuando divisaron a los niños, fueron presurosas a la cuna. Yo, reculando, arrastraba la cuna temiendo por los niños y por mí y las serpientes me perseguían con tesón. Al ver las serpientes, uno de los niños saltó de la cuna, se precipitó sobre las serpientes y las cogió rápidamente con ambas manos.

ANFITRIÓN: ¡Qué maravilla me dices! Me cuentas cosas demasiado temibles. Tiemblo de miedo al escuchar tu relato. ¿Qué ocurrió después? Habla pronto.

BROMIA: El niño ahogó a las dos serpientes. Mientras tanto una voz clara llamó a tu mujer.

ANFITRIÓN: ¿Quién era?

BROMIA: Júpiter, el supremo señor de los dioses y de los hombres. Él dijo que había tenido comercio clandestinamente con Alcmena y que el niño vencedor de las serpientes era hijo suyo, y que el otro era el tuyo.

ANFITRIÓN: ¡Por Pólux! No me duele, si se me ha permitido compartir la mitad de mi bien con Júpiter. Ve a casa y di que me preparen inmediatamente los vasos purificados, impetrar la paz de Júpiter supremo con numerosas víctimas. Haré venir al divino Tiresias y le consultaré lo que debe hacerse; al mismo tiempo le contaré cómo ha ocurrido esta aventura. Mas, ¿qué es esto? ¡Qué trueno más fuerte! ¡Dioses, imploro vuestra protección!

(Aparece JÚPITER)

JÚPITER: Anímate, Anfitrión. Vengo a ayudarte, a ti y a los tuyos. No tienes nada que temer. Deja a todos los adivinos y arúspices. Voy a decirte el pasado y el porvenir mucho mejor que ellos, porque yo soy Júpiter. En primer lugar, que yo me apoderé de los favores de Alcmena y la hice madre de un hijo con mi trato carnal. Tú también la has hecho madre al partir para la guerra. Ella ha dado a luz dos hijos a la vez. Uno de ellos ha nacido de mi sangre y te ganará con sus proezas una gloria inmortal. En cuanto a ti, vuelve al cariño primero de Alcmena. Ella no merecía por ninguna razón que le tomases nada a mal, pues ha sido forzada por mí. Yo me voy al cielo.

ANFITRIÓN: Haré lo que me ordenas y te ruego que cumplas tus promesas. Entraré a ver a mi mujer. Despediré al viejo Tiresias.

Ahora, espectadores, en atención al gran Júpiter, aplaudid con fuerza.



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