DEUCALIÓN Y PIRRA

En una época en que los hombres no temían a los dioses y habían dejado de venerarlos, se envidiaban y traicionaban entre sí, se mataban los unos a los otros, Júpiter estalló en ira y provocó un diluvio (9 noches y 9 días lloviendo torrencialmente). La Tierra quedó anegada y solo sobrevivieron un hombre y una mujer a los que Júpiter respetó: a él, por su amor a la justicia, y a ella por su respeto hacia los dioses. Los únicos animales vivos que quedaron fueron los marinos.

Júpiter prometió entonces a los dioses una raza de hombres diferente con un origen extraordinario. Así, el hombre y la mujer que habían sobrevivido en una barquichuela, llamados Deucalión y Pirra, esposos, llegaron a lo único que emergía sobre las aguas: la cumbre del monte Parnaso. Allí se durmieron y, entretanto, las aguas comenzaron a bajar por orden de Júpiter.

Cuando Deucalión y Pirra despertaron, vieron todo cubierto de lodo y bajaron. Pirra rezaba mucho a Júpiter y ambos se preguntaban cómo hacer para que reviviera la raza humana. Entonces ella propuso pedir consejo a Temis, diosa de la justicia capaz de predecir el destino.

Pidieron consejo a Temis en su templo y esta les dijo que debían salir, cubrirse las cabezas, aflojarse los vestidos ceñidos y arrojar por la espalda los huesos de la gran madre. Intentaron preguntar a Temis quién era la gran madre pero la diosa ya no respondió. Después de reflexionar, ambos dieron con la solución: la gran madre era la Tierra. Así, cubrieron las cabezas, recogieron piedras y las arrojaron tras ellos sin mirar atrás. Las que arrojó Deucalión se transformaron en hombres y las que arrojó Pirra en mujeres. Se cumplió así la promesa de Júpiter a los dioses: la Tierra se volvió a poblar con una raza diferente a la anterior, con un origen extraordinario.