ÉGLOGA-I
Bucólicas
MELIBEO
Tendido al pie de tu haya de ancha sombra,
tú, Títiro, en el leve caramillo
ensayas tus tonadas campesinas.
Nosotros, de la patria en los linderos,
adiós decimos a sus dulces campos,
nosotros, de la patria fugitivos...,
tú, tendido a la sombra, al eco enseñas,
oh, Títiro, a que el bosque te repita:
¡Amarilis hermosa!...
TÍTIRO
Melibeo,
esta paz que disfruto un dios me ha dado,
dios que ha de serlo para mí por siempre;
y sangre de corderos de mi aprisco
su ara a menudo embeberá. Lo miras:
paciendo están por él libres mis vacas,
por él entona mi zampoña agreste
cantos a su placer.
MELIBEO
Oh, no, no envidia;
pasmo es más bien lo que al mirarte siento:
si todo es llanto en la campiña en torno,
desconcierto y terror. Ya ves, yo mismo
enfermo aguijo mis cabrillas, y esta
apenas logro que a la rastra siga:
y es que en el denso avellanedo deja
sobre la roca dura dos gemelos
recién paridos, la ilusión del hato.
Ah, cuántas veces, de no ser tan torpe,
debí yo recordar que me anunciaba
esta desdicha el rayo en las robledas...
Mas ese dios, ¿quién fue? Cuéntame, Títiro.
TÍTIRO
Simple de mí, pensaba, Melibeo,
que era aquella ciudad que dicen Roma
como la nuestra a la que tantas veces
llevamos nuestras crías los pastores.
Como al can se parecen los perrillos,
y a la cabra los chotos, yo solía
emparejar lo chico con lo grande.
Mas entre las ciudades esa encumbra
tan alta su cabeza, cual descuella
entre mimbreras el ciprés.
MELIBEO
¿Y a Roma
qué causa te llevó de tanto empeño?
TÍTIRO
La libertad, que, aunque tardía, puso
sus ojos en quien nada hizo por ella.
Ella, cuando más nívea cada día
cae la barba al rasurarla, vino
a mirarme por fin, hoy que mi dueño,
en vez de Galatea, es Amarilis.
Pues, lo he de confesar, con Galatea
¿cómo emprender en libertarme?, ¿o cómo
acopiar un peculio? Mis rediles
tantas víctimas dieron, tanto queso
llevé jugoso a la ciudad ingrata,
y volver de ella con la bolsa llena
nunca pude lograr.
MELIBEO
Y yo decíame:
¿por qué Amarilis a los dioses llama
tan dolida?, ¿por quién deja en los árboles
colgar la fruta? - Ausente estaba Títiro...
¡Ay, Títiro, llamábante tus sotos,
tus pinos y tus fuentes te llamaban!
TÍTIRO
¿Qué había yo de hacer? ¿De servidumbre
cómo salir si no?, ¿o en qué otra parte
podía hallar a dioses tan propicios?
Allí fue, Melibeo, donde al joven
vi yo, por quien humean doce días
al año mis altares. A mi súplica
allí el primero respondió: "Como antes
nuestra vacada apacentad, muchachos,
criad toros de raza".
MELIBEO
¡Conque tuyos
seguirán siendo, anciano venturoso,
estos campos!..., y bastan a tu dicha,
aunque aflore la roca en todas partes,
y el cieno en la pradera empantanada
verdezca en junqueral. Pastos extraños
no dañarán a tus ovejas madres,
ni los contagios de vecinas greyes.
Aquí, feliz anciano, entre los ríos
y las sagradas fuentes de tu infancia,
gozarás la frescura de las sombras.
El seto vivo del vecino linde,
adonde acuden a la flor del sauce
las abejas hibleas, como siempre
te adormirá con plácido zumbido;
y al otro extremo, al pie de la alta peña,
el podador dará su copla al viento,
mientras roncas palomas, tus amores,
y en el olmo la tórtola, incesante
te hagan oír su arrullador gemido.
TÍTIRO
En pleno cielo pacerán los ciervos;
desnudo al pez en el playón las olas
podrán abandonar; podrán las gentes
trocar en los destierros sus fronteras,
y beberán del Tigris los Germanos
y los Partos del Áraris -mas nunca
se borrará aquel rostro de mi pecho.
MELIBEO
Lo que es nosotros, de aquí vamos, unos
al África sedienta, otros a Escitia
junto al Oaxes que la greda enturbia,
o hasta el confín del mundo, a los Britanos.
¡Ay!, ¿qué esperanza queda de que un día
vuelva al fin a la patria?..., ¿que divise
de mi tugurio el empajado techo,
un reino para mí, y encuentre atónito
unas pocas espigas?...
¡Cómo! ¡En manos
de un impío soldado estas parcelas
labradas con primor!... ¡Que de estas mieses
un bárbaro se adueñe!... ¡Ay, eso rinde,
míseros ciudadanos, la discordia!
¡Para esa gente haber sembrado!... Injerta
tus perales ahora, Melibeo,
alinea tus cepas... ¡Adelante,
grey un tiempo feliz, cabritas mías!
Ya no os veré, tendido en verde gruta,
a lo lejos colgando de las breñas.
Adelante, cabritas, se acabaron
mis cantos para siempre; ya conmigo
nunca más pastaréis la flor del trébol
ni el amargo sabroso de los sauces...
TÍTIRO
¿Pero por qué una noche no descansas
aquí conmigo sobre un lecho de hojas?
Tengo fruta en sazón, castañas tiernas,
queso abundante; y a lo lejos, mira,
ya los techos humean en los ranchos,
y de los altos montes sobre el valle
más grandes cada vez caen las sombras.