EUROPA
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Júpiter se enamoró de nuevo, en esta ocasión de una joven muy alegre y feliz que amaba ardorosamente la vida. Era hija de un rey y princesa, y respondía al nombre de Europa.
Entonces el dios Júpiter convenció a su hijo Mercurio para que hiciera de pastor (como ya había hecho en la conquista de la ninfa Ío), y el propio Júpiter se transformó en el más maravilloso de sus toros: un toro blanco de suave pelaje que llamó inmediatamente la atención de la joven.
Poco a poco ella se fue acercando a él, confiada en su docilidad; el toro se mostraba manso, cariñoso, y especialmente delicado con Europa. Tanto se fue acercando a él que le pidió si la llevaba en su lomo y Júpiter accedió encantado.
Una vez montada encima, el toro se alejó de su manada y se dirigió a la playa. Nadó por alta mar hasta que llegó a una isla. Allí, con la bella Europa raptada y en su poder, adoptó la forma de un atractivo varón y la besó con ardor. Europa correspondió a sus abrazos y besos y, a pesar de su confusión, supo que quien la estaba abrazando era Júpiter, el dios de los dioses.