ACTEÓN
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Acteón y sus compañeros decidieron descansar de su dura jornada de caza y alababan la destreza y valentía de su jauría de perros (unos treinta), adiestrados por Acteón, el mejor cazador.
Pero él, que se sentía un poco extraño y pensaba demasiado en lo que sentirían las piezas alcanzadas por los perros, decidió dar un paseo por el bosque. De pronto llegó a un claro en el que había un río y una cascada; era un lugar paradisiaco. Se escondió tras un árbol porque vio llegar a la hermosísima Diana, diosa de la caza, acompañada de jóvenes ninfas. Entre todas la desnudaron, la llevaron al agua y llenaron unas ánforas, que luego vaciaban sobre el cuerpo de Diana mientras danzaban a su alrededor.
Apenas podía hablar cuando sus compañeros de cacería lo encontraron y se mostraron extrañados de que, al darles a los perros la orden de que buscasen a Acteón, salieran en pos de un ciervo y lo cazaran, pero se felicitaron una vez más del gran talento cazador de los cánidos. Contentos, ataron a la presa por las patas y se la llevaron con ellos con la intención de enseñársela con orgullo a su amo Acteón.